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Andanzas de Houellebecq

Michel-HouellebecqFrancia ha sido desde el punto de vista literario el país más nombrado últimamente. En principio debido al premio Nobel otorgado a Patrick Modiano y por la presentación fallida del controvertido libro de Michel Houellebecq - «Sumisión» - que debió realizarse el mismo día del atentado del 7 de enero en París.

No es al libro, que aún no leí, sino al film «El secuestro de Houellebecq» al que me voy a referir.

La promoción del nombre del autor aparece desde el vamos, al principio, en el título de esta comedia paródica, al igual que en el film «¿Quieres ser John Malkovich?» Si pocos los conocen, los conocerán más por vía del celuloide. Se mata dos pájaros de un tiro para aprovechar la volada en una publicidad indirecta que se dispara directamente al consumidor.

Y bien, dije comedia paródica. Es que la parodia supone una imitación burlona de una situación existente. Hay un modelo al que no seguir sino con diferencias, con tintes burlescos, pinceladas ingeniosas y poco verosímiles.

Tarantino nos tiene acostumbrados a esta clase de recursos cuando, por ejemplo, en «Pulp Fiction» - el film que lo consagró - en medio de una balacera o huyendo de ella, siempre en situaciones peligrosas, corta el clima con una conversación trivial. Es famoso el diálogo acerca de una hamburguesa cuando todo huele a pólvora. Se espera una reacción determinada y en su lugar aparece otra cosa que da lugar no sólo a un efecto disruptivo sino que mueve a risa. Niní Marshall es nuestra maestra indiscutible en operaciones paródicas. Cuando Catita, su personaje más brillante, quiere emular a la clase alta, da «fisna» en lugar de fina.

Lo mismo sucede con el «Secuestro de Houellebecq». El escritor, interpretado por él mismo, es secuestrado por una tropilla de malvivientes paródicos: imitan a verdaderos matones. Sin embargo, son muchachos de aspecto duro a los que les interesa la literatura y el enigma Houellebecq: qué piensa de la literatura actual en Francia, del gobierno de Hollande, de Europa en particular y de su devenir.

El autor-actor se va haciendo cada vez más amigo de sus captores. Hasta llega a comer en una mesa servida a la manera francesa de la campiña, ahí lo tienen retenido, en un respetable chalet, y a emborracharse con ellos. Con buen vino. Sólo lo atormentan al no proporcionarle un encendedor para sus siempre presentes cigarrillos. Supongo que el cigarrillo es lo que ha diezmado, pulverizado, afeado y envejecido su aspecto, porque por lo demás, parece un sujeto a quien nada lo perturba. Tiene sólo 55 años en el film. Otros a su edad recién comienzan una segunda juventud. Como buen representante de quienes se encuentran en las antípodas de lo políticamente correcto, no se ofusca, ni maldice, a veces pregunta si falta mucho para quedar en libertad. Sólo en una oportunidad eleva la voz cuando afirma en medio de una comida grupal: ¡No soy tolerante! Pasado ese momento pide que una muchacha lo entretenga en la cama. Se lo conceden. Dice haber pasado una noche fenomenal.

En realidad entiendo este film como un modo ficcionalizado de reportaje encubierto. En lugar de las típicas preguntas y respuestas respecto de su trayecto de vida y escritura, los jóvenes arquitectos del guión trazaron otro camino, más entretenido, audaz y caro.

En las conversaciones que mantiene con sus captores, el escritor se refiere a Le Corbusier y al modernismo de manera hilarante - no le gusta - nombra a Philip Sollers y cómo bosqueja sus novelas, de manera balbuceante - casi tartamudeando - como diciendo nada me importa.

Cuando lo liberan, promete volver a comer esa magnífica comida y beber el buen vino con el que fue agasajado. Si esto no es parodia ¿la parodia dónde está?

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 8.2.15.

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