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Disputas entre intelectuales

Freud y JungExiste un archiconocido verso de amor, soso para mi gusto, de Ernesto Cardenal que dice: «al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido. Yo porque tú eras lo que yo más amaba, y tú porque yo era el que te amaba más». Se trata de un reproche de esos especulares que no tienen fin. Todo el tiempo se puede reanudar la trama - vos dijiste que yo dije, y yo dije que vos dijiste. Si hasta da un poco de vergüenza entrar en esa clase de razonamiento circular pasado el momento de ofuscación, obvio. Nadie está exento de haber participado aún sin advertirlo de esta modalidad.

Otro modelo de disputa y separación es la que llevan a cabo los hombres de pensamiento. Y no es que el amor no esté en juego; al contrario. Cuando estos hombres encuentran un par en quien confiar, en quien apoyarse, un interlocutor que consideran a su altura, lo cuidan. Es una clase de amor donde la sexualidad se ha transformado - sublimado - en otra cosa. En algo que arde tanto como el acto sexual propiamente dicho, sino más.

En cierto momento de la historia, cuando el honor se consideraba mancillado, los caballeros se batían a duelo. Estos hombres no soportaban andar con el deslucido rostro de la humillación. Destituían al otro con altura y reglas precisas que había que cumplir ante la mirada de terceros. No eran asesinos; eran hombres de otro tiempo.

Más cercanos y hasta conviviendo en simultaneidad con el anterior estilo de contienda aparecieron los gladiadores de la palabra.

Pugilato puro y duro donde nadie pierde o los dos han perdido, al decir de Cardenal, pero antes respetan el honor propio bajo la forma de su pensamiento.

Tomemos el caso de la disputa, confrontación y posterior e inevitables ruptura ente Freud y Jung. Luego de tener-se y respetar-se como confidentes en el tejido y armado de la teoría psicoanalítica, esta urdimbre cobra significado diferente para cada uno de ellos. Van por lo políticamente correcto hasta un punto, después desenvainan palabras. Freud le escribe de una a Jung: «Propongo que abandonemos nuestra amistad enteramente, no pierdo nada con ello pues mí único vínculo emocional con Ud., ha sido durante un largo tiempo, un delgado hilo, debido al prolongado efecto de pasados desacuerdos. Ud. tiene todo a ganar, en vista del reparo que recientemente hizo en Munich acerca del efecto de una profunda amistad con un hombre que inhibía su libertad científica (sic). Por consiguiente diré: tome su «total libertad» y ahórreme sus supuestas charlas personales en beneficio del interés general de su ciencia. Por otra parte, espero lo mismo de Ud. Saludos. Freud».

Jung le responde: «Accedo a su deseo de abandonar nuestra amistad, pero nunca tiraré (por la borda) la mía con su persona. Ud. mismo es el mejor juez para saber lo que en este momento le significa. El resto es silencio».

La amistad literaria entre Nabokov - ruso - y Edmund Wilson - norteamericano - es otro ejemplo de idilio que termina en duelo de titanes en el ring. Todos recordamos que en ese programa de televisión se pegaban hasta que un árbitro los separaba. Claro que en este caso cada uno de los contendientes sabía manejar la única aristocracia que conocían: la aristocracia de las palabras.

A propósito de una traducción que Nabokov realizara de Eugenio Onegin de Pushkin al inglés, el respetado crítico Wilson, dice algo así como que no está buena. Que puede ser estudiada pero no leída. Luego de alabar al escritor durante años, afirma que esta vez Nabokov ha fallado. Éste le envía una carta donde acusa a Wilson de incapacidad, de falta de entendimiento y demás empequeñecimientos hasta dejarlo hecho un pobre jíbaro analfabeto. Wilson le contesta escuetamente: Usted se comporta como si tuviera talento.

Claramente no se trata de peleítas ocasionales sino de puntos de vista irreconciliables. Particularmente, y sin llegar a la parte inferior del talón de cada uno de los nombrados, trato de rever mis desencuentros. Cuando se convierten en irrecuperables es mejor alejarse y desear al ex amigo, acaso hasta el bien. Un bien, bien lejos de uno.

Fuente: Diario El Día de La PLata; Revista Domingo; 25.01.15.

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