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París era una fiesta

Gertrude Stein - Pablo PicassoAntes de existir el Bluetooh; accesorios para el teléfono inteligente que hasta permiten diagnosticar lo que los callos y durezas de tus pies dicen de ti, trípodes o bastones que facilitan selfies con caras reconocibles y no con  facciones de chancho asustado, o sea, antes de la última generación en dispositivos tecnológicos, existió otra generación humana: la generación perdida. La «lost generation». Término acuñado por la americana más famosa residente en París desde 1903, quien junto a su hermano, tenía una inmejorable colección de arte moderno: la señorita Gertude Stein.

Cuando Picasso, Juan Gris, Braque o Picabia la frecuentaban en la rue de Fleurus, en lugar de llevar masitas o petits fours, dejaban obra a modo de retribución por los servicios que como marchan de arte los Stein hacían muy bien.

Su casa se convirtió en centro de reunión de escritores norteamericanos: Hemingway, Ezra Pound, Fitzgerald y Dos Passos, entre muchos otros. A todos estos ¿chabones? les correspondió el mote de perdidos. Perdidos porque no respetaban nada, se emborrachaban mal y no sabían venderse como corresponde.

En «París era una fiesta», Hemingway dice que en los tres o cuatro años que fueron amigos (sic) - poco duró la amistad - «no logro recordar que Gertrud Stein hablara bien de ningún escritor a no ser que hubiera escrito a favor de ella». Sigue, «Si alguien nombraba dos veces a Joyce, no se lo invitaba nunca más». Era estricta, aunque esto no la convertía en una burguesa convencional.

Organizaba comidas del tipo salón intelectual, que cocinaba con arte maestro su más que amiga y compañera de vida: Alice Toklas; una perfecta ama de casa, cocinera y secretaria. Todo lo que una mujer que se retiraba a conversar con los señores - mientras la Toklas entretenía a las esposas en las así llamadas tareas del hogar - necesitaba para que la relación fluyera armoniosamente.

La señorita Stein, que por supuesto no usaba el peinado de moda de las flappers de la época - tipo melenita - falda corta, collares largos y esbelta figura producto del ejercicio requerido para el baile de un jazz poderoso, más se parecía a Winston Churchill con pollera, galerita, camisa y saco largo. Tenía, además, ambiciones literarias. Y hasta concretó algunas.

Se dice que Hemigway ayudó a pasar a máquina el voluminoso texto «Ser norteamericano», siempre que Alice estuviera dedicada a otras tareas necesarias en el hogar. Luego se distanciaron; la etiqueta de generación perdida no le gustó al escritor, quien pensaba que «todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido y siempre se perderán», aunque nunca dejó de pensar que al fin y al cabo era una buena mujer.

En «París era una fiesta», el escritor transcribe esta apreciación sobre Miss Stein a su mujer, la de ese momento, quien le retruca algo así como: - de verdad no sé si dice disparates o no la Señorita Stein, nunca la oí hablar, yo soy una esposa, a mí me da conversación su amiga.

El mismo libro comienza a modo de prólogo: «Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas a dónde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue».

Hoy París, enero de 2015, ya no es una fiesta.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 18.01.15.

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