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Dos mujeres ricas

Anne SinclairExiste una conocida frase que dice «lo que pasa en Las Vegas, queda en Las Vegas», en clara alusión a que la Ciudad del Pecado - así se la conoce también - permite, a condición de que se acallen, excesos de naturaleza humana, más que humanos, aunque no cotidianos.

El film «Bienvenido a New York» parece abonar una teoría contraria: «lo que sucede en New York se conoce en todas partes», y más si se trata de un personaje importante como Deveraux que no es sino Dominique Strauss- Khan, quien fuera en mejores tiempos director del FMI, con probabilidades de ocupar del cargo de presidente de la dulce Francia. Gerard Depardieu, a quien el papel de DSK le sienta al dedillo, apunta al comienzo del film, como disculpándose, al hecho de que no le gusta el personaje que va a interpretar ni tampoco los políticos. Luego de esta introducción comienza la película. Con bombos, platillos y música bien «up para arriba», el ex funcionario del Fondo Monetario Internacional es apresado por la policía norteamericana. Tiene derecho a una llamada. Telefonea a su mujer, una periodista respetada, culta, fina y millonaria interpretada por la Bisset, quien luego de idas y vueltas paga la abultada fianza, para que su marido no quede a la sombra.

El film carga sus tintas en el pasado reciente de Deveraux - DSK -, a quien las fiestas, el champagne, las mujeres, lo tríos, cuartetos y tutti le fiocchi le sientan bien. Está acostumbrado a ellas - a las fiestas - y al sexo gerenciado, previo pago de una cifra acordada. Una contraprestación más de tantas que debieron haber pasado por su firma. Hasta aquí lo único que se puede decir del film es que abunda en detalles que no suman, al contrario. Uno también sabe porque lee diarios que el hombre, al salir de su ducha matinal quiere seguir la farra con quien no está dispuesta ni enterada de los gustos de Monsieur Deveraux; la mujer que realiza la limpieza del lugar.

Al hombre, para quien los límites se corren cada vez más, no le importa. Obviamente, es acusado y declarado culpable de los cargos que se le inculpan: acoso, de aquí a Nueva York. Además de la fianza, su mujer - la periodista millonaria - debe pagar los oficios de abogados que desconocen números inferiores a seis ceros. O sea, ella respalda con contante. Y éste es uno de los puntos que valen de la película. Más allá de responder o no a la realidad, que en definitiva es lo menos importante, la película trata sobre el poder de someter a otro y sus abusos. Eso convierte al film en molesto e incómodo y al pobre señor DSK, dueño de un poder importante, en un instrumento de quien desea un marido presidente: su mujer. El señor DSK es un pobre señor que no entendió del todo el juego del poder: hay que ser y parecer respetable. La influencia y anhelo de su señora esposa, poseedora de una de las mejores pinacotecas francesas aparece de modo soterrado en la película, pero lo ejerce. Después y antes que todo ella garpa.

Más cercano a los argentinos es la relación de Victoria Ocampo, otra millonaria, cuando contaba 48 años con el intelectual francés de 26 añitos, Roger Caillois. A juzgar por el intercambio epistolar que mantuvieron durante casi cuarenta años, ninguno de los dos se calla nada. Suelen ser hirientes hasta el sonrojo mío. La letra de Victoria aparece cusca: «Usted consiguió Callois endurecerme, logró crear en mí esta forma de muerte. El goce de matar, ahí está su alegría. Alégrese, los daños son considerables». O bien: «Nunca me habías dicho que estabas maravillado de habitar mi corazón. Te lo agradezco. Me lo has dicho a propósito del apartamento», que ella bancó para que el intelectual trajera de Francia a Yvette y allí viviera la joven parejita.

Estas relaciones asimétricas de poder son relaciones de Amo, sin la r. Pueden sostenerse en el tiempo a condición de que cada uno imagine que obtiene algo del otro. En cuanto cae este telón surge el conteo o pase de facturas: te di, me diste y ¿sabés qué?, ya no te doy más. Y de parte de ambos contendientes del ring - King - size. Cuando aparece la demanda y el reproche todo lo bueno que hubo, queda opacado por esta forma poco elegante de retener a otro, en la creencia de que aún puede dar algo que nunca surgió.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 5.1.15

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