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Espíritu navideño

haifanatalImposible sustraerse al espíritu navideño que perdura hasta un poco más allá del Año Nuevo. Y no sólo debido al pan dulce, el pionono y el matambre con ensalada rusa que, más que en el espíritu, se ha introducido en el cuerpo. Cuerpo y espíritu una vez cada 365 días se alían en una tregua sin par. Hasta en las batallas y guerras reina un alto el fuego a vigilar.

La literatura, el cine y hasta la música han hecho de esta celebración un género.

Pluma como la de Truman Capote, a la que no llamaríamos precisamente complaciente, ha hecho hincapié en este tema. Su texto «Mi cuento de Navidad» narra la historia de un niño que la recuerda con particular sensibilidad. Lo que demuestra que por las venas de Capote, además de alcohol, corría una veta nostálgica por la niñez y el Sur profundo norteamericano, donde nació y pasó parte de su infancia, la parte más genuina y triste que él trató de acallar con estrambóticas fiestas, lengua ácida y borracheras poco elegantes. La más conocida de éstas es la del reportaje que le hiciera el presentador Jony Carson por televisión. Pocos días después moriría en casa del mismo Carson.

De Paul Auster se conocen varias novelas. Sin embargo «El cuento de Navidad de Auggie Wren» representa para el pequeño mundo de los amantes de las letras lo mismo que la composición tema: «la vaca» en lo que fuera la currícula de tercer grado. Un clásico que no se puede soslayar. Tan explotado fue el cuento que hasta se hizo una película «Smoke», cuyo guión escribió el mismo Auster y que en la Argentina se llamó «Cigarros». O sea, le sacaron el jugo hasta la última gota.

¿Y qué me dicen del «Cascanueces»? Forma parte de la tradición mundial representarla en esta época del año. Fue estrenada por Tchaikovski en el teatro Mariinski de San Petersburgo. ¿Cuándo? Sí, adivinó, durante diciembre, pocos días antes de Nochebuena. La obra se inicia en vísperas de la gran celebración, cuando se está armando el árbol. El cascanueces no es más que un rompenueces con forma de soldadito y una historia que cada ballet interpreta según su puestista coreográfico.

Y como último gran ejemplo de lo que perdura a este respecto en el cine, tenemos la película de Frank Capra «¡Qué bello es vivir!» de 1946 con Jimmy Stuart. Debo confesar que la vi cuando ya no era tan niña. Pertenece a esa clase de películas que pegan el golpe para que lo acuses y se te piante una lagrimita. Ya no un lagrimón. Es el estereotipo de la gente buena a la que le pasan cosas malas por culpa de otro. Jimmy Stuart, feliz padre de familia, descubre que en el banco donde goza de excelente reputación se ha producido una desaparición de dinero. Como responsable de la entidad, decide suicidarse. Hombre de palabra - estamos todos esperando que algo suceda que le impida esa triste acción - cuando aparece un ángel que lo hace recapacitar y hasta lo convence de que no está bien lo que va a hacer.

Lo interesante de estos ejemplos o al menos lo que no deja de llamar la atención es que en casi todos los casos interviene algo del orden de las hadas - lo feérico -, lo que está más allá de lo humano. Si se quiere llamémoslo azar, magia o milagro lo mismo da, ya que justamente es algo que los sujetos no pueden controlar. Se da o no se da.

Lo no humano, el azar, es lo que otorga en estos casos navideños - christmas leading cases - la oportunidad de redimirse, cambiar una acción por otra buena, de librar a alguien de una situación penosa.

Pasando a un registro humano, menos ficcional deseo a amigos, familiares y a mí misma un nuevo anhelo para este año que se inicia; la adquisición de «pazciencia». La ciencia de la paz para pensar y sacar conclusiones lo más claras posible ante la adversidad que, como una “girl scout” se empecina en hacer bien su tarea. Además de las tres estelares - salud, salud y salud - que siempre me acompañan. El anhelo vale también para quienes esto lean.

Fuente: Diario El Día de la Plata; Revista Domingo; 28.12.14

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