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Gastronomía Literaria

Meryl Streep - «Julia y Julie»La gastronomía estuvo presente en tantísimas obras literarias así como en el cine. No es intención de esta columna hablar de recetas - ingredientes, proporciones y tiempo de cocción - sino hacer un breve recorrido acerca del menú que aparece en ellas. Después de todo, tanto el arte como la comida, aunque trabajen con materias primas de diferente calidad, son el producto de creatividad, ingenio e imaginación. Qué, en qué horario y en qué vajilla se sirve una colación, nos dan una pista que permite definir escenas y personajes.

El ejemplo tradicional es el de la magdalena que se come el pequeño Marcel en «En busca del tiempo perdido». Esto le da pie, boca y mano para acuñar el concepto de memoria involuntaria y componer siete tomos de su obra. La evocación que le produce esa masita, resulta la ocasión apropiada - se la apropió - para relanzar una narración que venía pensando desde hacía mucho. Y la utilizó para no perder más el tiempo.

El siguiente es un diálogo del cuento «Los Asesinos de Hemingway»: «Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas - dijo el primero. - Todavía no está listo.  - ¿Entonces por qué carajo lo ponés en la carta? - Esa es la cena - le explicó George -. Puede pedirse a partir de las seis. George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador. - Son las cinco. - El reloj marca las cinco y veinte - - - dijo el segundo hombre. - Adelanta veinte minutos. - Bah, a la mierda con el reloj - exclamó el primero. - ¿Qué tenés para comer? - Puedo ofrecerles cualquier variedad de sándwiches, jamón con huevos, tocino con huevos, hígado y tocino, o un bife. - A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas. - Esa es la cena. - ¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena? Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas - dijo el primero. - Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocino con huevos, hígado... - Jamón con huevos». El paladar norteamericano nunca gozó de la sofisticación del Viejo Mundo.

Tuvo que aparecer una chef - Julia Child -en los ’50, interpretada en el film «Julia y Julie» - por Meryl Streep - para que la comida francesa comenzara a degustarse en la mesa yanqui, aunque con el ketchup siempre listo para dar el tono y sabor propio de la cultura culinaria a la que estaban acostumbrados.

El servicio de té, el five o'clock tea, resulta una infaltable presencia en la literatura inglesa. Oscar Wilde en «La importancia de llamarse Ernesto», nos hace asistir a una colación donde reinan los sandwichitos con pepino, pan y manteca además de cakes, que hoy llamamos scons. La destreza culinaria inglesa más se inclinó por los destilados etílicos que por la argamasa de harinas, de la que se destaca, sin embargo, el sobrio «pudding» o budín inglés.

Manuel Vazquéz Montalbán, creador del célebre detective Pepe Carvalho, le dedicó un espacio tan importante a la literatura como a las artes culinarias. Un mito tejido alrededor del escritor dice que, a pesar de haber encontrado la muerte lejos de su tierra, ordenó en el testamento que sus cenizas fueras esparcidas cerca del mejor restaurante del mundo de su época, El Bulli, que aún no había cerrado sus puertas. Los ejemplos abundan y es imposible no quedar mal con tantísimos autores y creadores. Las «tres empanadas» de las cuales se engulle una Brandoni en «Esperando la Carroza» ya pertenece al acervo cultural rioplatense; su creador, Jacobo Langsner, es uruguayo.

Como nota de color, rojo y negro - Mark Rothko, el artista ruso - norteamericano concibió unos inmensos murales para el edificio de la corporación Seagram de New York. La que produce el whisky, entre otras cosas. Iban a ser colgados en el restaurante Four Season. En una ocasión, mientras se hallaba pintando estas obras, fue a comer a dicho restó. No le gustó la gente que allí se reunía, no la encontró apta para disfrutar o al menos contemplar su obra. No los colgó ahí.

Tengo para mí que donde se come, también se habla, pero resulta imposible admirar, además, una verdadera obra de arte. Cada cosa a su tiempo, como dice el Eclesiastés, en el Antiguo Testamento, libro donde ya se citaban especias conocidas de la época.

Después, el hombre fue por más y encontró sin querer, con lo que el continente americano ofrecía. Lo llevó a Europa para que el film «La fiesta de Babette» no resultara la pura imaginación de un excéntrico director. Que un estómago pueda bancar semejante engullida, es producto del guión al que se avino el cineasta, que al parecer, tenía uno de acero.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 9.11.14.

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