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Todas las grandes ciudades se parecen, Nueva York es única

nyNo voy a escribir el panegírico a la ciudad de New York. Para eso se puede leer la obra del poeta Walt Whitman, autor de Hojas de Hierba, que hoy saben más a marihuana que a poesía. Whitman nace en 1819, no se reproduce y muere en la pequeña y a la vez proteica franja del este de los Estados Unidos. Que poco tiene que ver con el Sur profundo de ese país, del cual Faulkner es su representante máximo. Capote también es de ahí; sin embargo, cuando cambia de locación - se muda a la Gran Manzana - cambia también su escritura.

Whitman celebra al hombre moderno y a la ciudad que lo aloja. Borges termina su poema Camden, lugar donde murió el norteamericano, con una línea: «yo fui Walt Whitman».

Traté de ser yo misma en esa ciudad a la que muchos admiran y otros detestan. Pero a nadie deja indiferente. No es ni la más sofisticada, ni habitable, ni la más distinguida ni cómoda: es la más diversa. Una diversidad que muchas veces inquieta. Como por ejemplo cuando estás en el subterráneo y todos hablan coreano, los afroamericanos lucen un color azul azabache, tan oscuro, que ni el Cinemascope te lo mostró antes y te pasás tres estaciones. No fue mi caso. Siempre bajaba en la misma y luego caminaba. Puedo afirmar que me caminé toda NY, la ciudad no me caminó a mí.

Cuando aterricé no pude menos que recordar el libro de John Dos Passos «Manhattan Transfer». El autor se mueve a ritmo cinematográfico. Un ritmo loco, anfetamínico, veloz. La ciudad que vi se mueve a ritmo digital, digo telefonía móvil, que depende de tu agilidad en el movimiento de la vedette de la era; el dedo.

El otro, el semejante, no existe, salvo para pagar y ni eso. Pasás la tarjeta solita y te vas. Lo que sí existe es el celular. Y desde hace unos días reina el I-Phone 6. Yo he visto colas, pero como las de los Apple Stores donde se venden, pocas. El celular que cada vez se usa menos para hablar y cada vez más para preguntar, para asesorarte, es la guía perfecta, si sabés bajar todas las aplicaciones, que son muchas. Por ejemplo dónde queda la tienda más cercana con una superliquidación o a qué hora pasa el último tren que se dirige a Tucson. Una de las últimas tapas de la reviste Time lleva por título: Nunca más off line.

No todo es tan rosa como lo pintan. Estados Unidos, o por lo menos New York, lleva inoculado el germen de su autodestrucción. Sí, porque falta poco para que la gente pierda la vida, tratando de sacar una selfie en lugares inapropiados y peligrosos, cruzando mal una calle con el café en una mano como la antorcha de las Olimpíadas y el celular en la otra. Ya existe una amplia casuística al respecto. Además ¿cuánto café puede admitir un cuerpo humano? El café deshidrata y eleva la presión arterial. Muchos morirán sequitos, apergaminados pero con el Smart Phone en la mano. Si a esto le sumamos el temor al fantasma que recorre a la isla, que es la hora pico, el rush hour, no hay cuerpo que aguante, por más que entrenen horas en un gimnasio. Porque lo hacen hasta muy tarde y cuando digo tarde me refiero a las doce, una de la madrugada. Después van al supermercado próximo a su barrio. Los que conozco, no cierran nunca: 24/7.

Intuyo, sin embargo, que no desaparecerán todos los habitantes de la Gran Manzana por más café y celulares que consuman. Existe algo que salvará a la ciudad más acelerada y consumista del mundo. Y es el arte.

Los museos, la ópera, los teatros, son lugares donde tomar el brebaje que permita continuar caminando a paso acelerado. El arte se cuela por todas las rendijas y es aquello que permite seguir respirando.

Todas las ciudades grandes se parecen, nueva York es única, por más que existan estudios sobre ciudades comparadas que afirmen lo contrario. Ni mejor ni peor; única en Occidente.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 12.10.14

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