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Familia

1adopcionUna publicidad de la gaseosa más conocida en el mundo ofició de disparador de esta columna. Es la de la niña japonesita que les dice a unos padres no orientales, que se esmeran en alabarla y en demostrarle su amor, algo así como: «no me vengan con cuentitos, aunque a ustedes les guste las berenjenas yo los adopto igual». La creatividad de la pieza da una vuelta de tuerca e instala del lado de la pequeña la aceptación. Excelente torsión y mejor punto de vista.

El concepto de familia, tal cual la conocimos hasta hace no tanto - la patriarcal - viene cambiando inexorablemente. Se habla, aunque aún no se haya agotado el tema, de nuevas familias: las monoparentales, las ampliadas, las ensambladas, las de padres del mismo sexo y aún desconocemos las nuevas formas que adquirirán.

La familia constituye un concepto amplísimo que atraviesa a toda la humanidad. Puede ser interrogada, entre otros, desde el Derecho, la Antropología, la Sociología, el Psicoanálisis, la Religión, etc. con consecuencias diversas que al momento de cruzarlas darán resultados inéditos, aún no pensados.

Para el Psicoanálisis nada hay de natural en la familia sino que se trata de lazos construidos. Aquello que se mantiene en todos los casos es algo que podemos llamar transmisión. Se transmiten linajes, modales, costumbres, religión, moral y un sinfín de nociones que hacen a la historia singular de cada sujeto. Muchas veces esa transmisión puede ser alterada, esos lazos pueden angostarse y volver a engrosarse dependiendo de múltiples motivos, necesidades y circunstancias.

Un poco de historia no siempre viene mal. De la familia donde el padre proveedor - el pater familia - posaba sentado ante un fotógrafo y su mujer lo acompañaba paradita a un costado queda poco. Si hoy tomáramos una foto en esa posición sólo sería para reírnos de esas épocas. Las mujeres están tan cansadas como los hombres, ambos merecen sentarse. Además, las selfies permiten la posición de descanso.

En cine y televisión tenemos como ejemplos de familia a los Van Trapp, la de Vito Corleone, los Simpson, los Soprano, la familia Falcón y siguen los interminables ejemplos. Más allá de los lazos de amor y desamor que los unen y desunen, en toda familia habita un secreto, algo que influye en los modos de interactuar de cada uno. Reina en ellas una omisión, un no dicho, que no siempre tiene por qué ser catastrófico. Sin embargo, algo clandestino se debe resguardar y hasta acallar. Secreto que se puede conocer y tapar, descubrir y tapar, intuir y tapar. El secreto parece ser un motor importante en las familias.  

Existe una frase feliz, por lo acertada y rigurosa, en Ana Kareninna de Tolstoi que dice: «Todas las familias felices se parecen, las infelices son desgraciadas cada una a su manera».

Dentro del marco de la literatura, familias paradigmáticas como la de los Finzi-Contini, los Buddenbrook y los Buendía, entre muchas otras, nos enriquecieron con sus secretos después de 200 páginas de lectura.

En la vida real cada uno de nosotros mirará a su propia familia y encontrará una historia que, vista de lejos puede dar a familia Ingalls, pero de cerca tal imagen desaparece. Claro que no siempre tiene que llegar a parecerse a Los Locos Adams. De todos modos, es la que tenemos; es la que hay.

William Faulkner, un defensor del linaje sureño de Estados Unidos con los Sartoris y  los Comson y otras familias menos importantes entendió y escribió como ninguno eso de que los trapitos sucios se lavan en casa. En «Mientras yo agonizo» describe lo que hoy llamaríamos una familia disfuncional - padre e hijos - en un viaje singular: el traslado de Addie, la madre, en su ataúd para ser enterrada en su ciudad natal, Jefferson. Pero no da para el llanto, ya que no se advierte en su discurso ese amor edulcorado que nos hicieron creer que es la familia. Tampoco se escucha la desmesura amorosa que el prototipo de una madre pinta en este lado del mundo. Al contrario, no hay afecto en la novela que no pueda ser calificado como negativo. Nadie quiere a nadie, eso sí, y es notable; son una familia anclada en lazos que sólo la historia y la pertenencia a esa historia pueden crear.

La pertenencia a una rama de un mismo tronco, a una misma familia, obliga a determinados ritos que se deben realizar y que bajo ningún punto de vista piensan romper. En ellos la sangre llama. Lo consanguíneo es un atributo que se debe respetar para mantener la dignidad de la familia. No es por amor que permanecen juntos, es por el apellido. Creen en los lazos de sangre. Todo lo contrario del poeta español Jorge Guillén para quien existen sólo los amigos, lo demás es selva.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 5.10.14

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