Cannot get Tel Aviv location id in module mod_sp_weather. Please also make sure that you have inserted city name.

Don Giovanni

donDentro del menú que ofrecen las óperas populares, existen desde mi punto de vista, dos obras paradigmáticas en lo que a mujer y varón se refiere. En una habla, en realidad canta, la mujer en su recorrido por consolidar una vida libre de las ataduras que impliquen un compromiso por conveniencia con un hombre. Carmen, a ella me refiero en la ópera del mismo nombre de Bizet, es una moza a quien le gustan los coqueteos con hombres, pero más ama su libertad. De nada sirve una elección si no existe la libertad para elegir, y cuando lo hace tampoco se juega en la apuesta, como una mujercita desesperada por consumar el sacro matrimonio. Es una genuina avanzada para la época. «Carmen» fue publicada como novela corta en 1845.

La otra ópera es Don Giovanni de Mozart. En ésta se hace hincapié en una calidad especial de hombre; el hombre a quien le gustan todas las mujeres. Don Giovanni es un obrero de la seducción, aunque tenga una preferida. El tipo es un libertino secundado por lo que hoy llamaríamos un asistente, quien es el encargado de llevar la lista de las féminas caídas en la emboscada. Mil tres parece ser el número, y puede que Leporello, que así se llama el ayudante, no haya contabilizado a un par que por ahí pasaban. En la puesta, estrenada en septiembre del director Marcelo Lombardero, se vio a un Don Giovanni enfundado en apretados chupines, un Leporello manejando a la perfección un I-Pad, que reproducía en amplios paneles Led la acción seleccionada, y chicas en calzas que aspiraban a más. Daba la sensación de que lo que aspiraban no les alcanzaba; querían más.

Por supuesto que a todo desbordado, a quien sólo persigue el camino de la sensualidad, a quien no conoce el límite, le llega su castigo, si nos atenemos a la moraleja que propone la ópera. Como es de suponer le llega con una atormentada muerte. La misma muerte que les sucederá a aquellos sujetos probos e inmaculados en su accionar en la vida diaria. El tipo no es un seductor a la manera estudiada y planificada de muchos hombres. Se trata de un excesivo, corrido por un fuerte empuje a no poder dejar de hacer lo que hace. Y ésa es una diferencia. Una cosa es decidir, preferir la libertad - como «Carmen, la cigarrera» - y otra muy distinta es verse obligado a hacer, sin interrogarse nada, sin un tiempo de reflexión. El sujeto no piensa, la acción lo arrastra.

Desde otro punto de vista, sabido es que una puesta puede admitir otras miradas, Don Giovanni, según una vertiente psicoanalítica, representa una fantasía femenina. Las mujeres inventaron a ese Don Juan que las quiere y las tiene a todas, que no se resiste al «olor a mujer» - odor de fémina -. Para ellas, él se convierte en un cautivador tal que no parece humano. Por supuesto se trata de un mito.

Don Giovanni - más se parece a un bróker de bolsa, de esos estereotipos que vemos en el cine de preferencia norteamericano, donde en el stock market, en lugar de bonos rentables y mercados emergentes transa con mujeres. Mujeres a las que embauca no como un pícaro seductor sino más bien como un buitre destructor, éticamente reprochable. El peso de su palabra está relleno de ya sabemos qué.

Seguro que en la vida real existen sujetos de esta índole. Habría que preguntarse en todo caso, porque ciertas mujeres sucumben ante los encantos de un insatisfecho, llevados a prometer desmedidamente y a cumplir nada. Si digo que se trata de un psicópata, digo mucho, pero no digo nada. Habría que definir de qué hablamos cuando hablamos de esta clasificación.

Particularmente, pienso que Don Giovanni y sus mujeres nos hablan de personajes «como si». Como si te amara, como si me amaras, como si nos amáramos. Ellas no son ingenuas, desde un lugar también juegan el juego que él propone. Como si creyeran. ¿Y por qué? Porque aún subsisten ramalazos de romanticismo, donde el amor cumple la función de cubrir lo que se ve desprolijo, a modo de pantalla. El amor es un magnífico traje que cubre como un tejido transparente, pero tejido al fin, las imperfecciones no sólo del cuerpo sino del alma del otro y del propio. En la ópera se nota el hilván, la puntada gruesa. En su intento por cubrir, el que ve de afuera advierte todo el tiempo la hilacha del pobre Don Giovanni.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 7.9.14

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.