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Literatura y cine

Así como algunos conocen la formación del equipo de fútbol de sus amores del año que le pidas, ya comienzan a preguntarlo en el programa Ocho Escalones, otros conocen frases completas de sus escritores favoritos en tal o cual novela. Unos terceros recuerdan los nombres de los seguidores de la «nouvelle vague» o los de la «revista porteña» en su esplendor. Ni que hablar de poesía. Quienes prefieren a Borges, recitan casi sin solución de continuidad y siempre, algún verso acorde a la ocasión. Cuando de amor se trata, Neruda es el preferido. Esto lo digo de acuerdo a un sondeo muy «made en casa», al uso mío.

Una encuesta más representativa cuya pregunta era «¿qué libro del siglo XX ha quedado en su memoria?» arroja resultados poco sorprendentes. Fue realizada en Francia por la librería Fnac y el diario Le Monde de París; votaron 1.700 franceses. El primer puesto lo ocupa «El Extranjero» de Camus, el segundo «A la búsqueda del tiempo perdido» de Proust. No podía ser de otro modo, tratándose de franceses seguro elegirían connacionales. El puesto 78 muestra a Borges con Ficciones; le antecede Manhattan Transfer de John Dos Passos.

Con esto quiero decir que cuando se está animado por el deseo de saber no hay límite que ponga fin a este motor. Se recuerda aquello que motivó el interés, salvo en circunstancias que el psicoanálisis puede explicar en detalle - olvido por represión -. Se recuerda no con el fin de aprobar un examen, contestar una encuesta o ser el mejor del condado, sino por verdadero y genuino interés. Algo que no es tan fácil de encontrar cuando se ha pasado la edad de las obligaciones.

Quienes se han destacado en lo suyo también poseen otros y diferentes intereses.

Passollini, sabía un montón de fútbol además de literatura, política y marxismo. A Nabókov le interesaba el ajedrez así como la vida de las mariposas. Llegó a decir: «La literatura y las mariposas son las pasiones más dulces de la humanidad». Tanto, que hasta existe una variedad que lleva su apellido: Navokovia.

Proust conocía al dedillo reglas de etiqueta de sociedad y de música. Freud aprendió español para leer El Quijote en su lengua original. Faulkner y Dashiel Hammet podían discurrir largamente acerca de whiskys y bourbons porque los probaban con frecuencia, para no olvidar su saber al respecto.

Me interesan profundamente la literatura, el psicoanálisis y el cine, entre no demasiadas otras cosas en la vida. Respecto de éste último, seguro desde un lugar de ignorancia, comparado con aquellos que conocen en serio y en serie el maravilloso invento de los hermanos Lumière.

A veces lo prefiero como entretenimiento, otras con una cierta pretensión intelectual. Hay días en que me apetece una Marilyn Monroe cantado - Los diamantes son los mejores amigos de las chicas -, otros, necesito ver nuevamente «El Conformista» de Moravia. Cuando el interés deja de ser una predilección se torna necesario. Entonces, quiero-necesito ver o leer tal libro o película porque intuyo encontraré alguna respuesta a interrogantes elementales o despertará otros de igual o superior calidad.

Y ya que hablamos de cine y literatura hay que decir que el cine es una de las cosas más importantes que le ocurrió a la narrativa del siglo XX. Su irrupción hizo que se leyera de otra forma. Tanto la literatura como el cine crean mundos, realidades ficcionales difíciles de olvidar.

Cuando leí por primera vez Manhattan Transfer, que ocupa el puesto 77 en la encuesta francesa, no entendía nada. Sólo advertí el ritmo anfetamínico y veloz del texto. Narra la historia de gente común, normal como casi todo el mundo en la primera mirada, más cercana al fracaso que al éxito en la segunda cocción. El pulso del autor es la de un hombre que ya se ha dejado seducir por lo cinematográfico. El gran ojo del cine. El texto tiene una idea de montaje, donde la sucesión cronológica - había una vez… entonces… y… finalmente…- no existe. Es de 1925. Un precursor el amigo Dos Passos, de pasos largos que suman mucho más que dos.

Ahora, si me pedís que relate el tema de los programas periodísticos de televisión de la noche anterior, seguro te voy a contestar No sé… no me acuerdo… déjame pensar… son todos iguales. Ninguna singularidad para recordar.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 06.07.14

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