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Amores desencontrados

Se ha escrito y reflexionado tanto respecto del amor que hoy resulta un poco cursi elevarlo a la dignidad de bien a alcanzar, como sostenían los románticos. Y si no lo conseguían se suicidaban. El abanico que lo constituye es amplísimo. Va desde un cínico como Diógenes quien dirá que «el amor es la ocupación de los desocupados» (es claro que en la era del fin del trabajo tal como lo conocimos hasta ahora tenga seguidores), hasta el poeta Kipling que afirma «si no me hubieran dicho qué es el amor, hubiera creído que era una espada atravesándome», pasando por Dante para quien el amor es una cosa mental.

Imposible encontrar una definición exhaustiva. Lo que sí sucede en todos lo casos es que el amor es aquello que nos hace hablar, ya sea por tenerlo o por su falta. En presencia o en ausencia nos da letra. Particularmente creo que el tan alabado «amor» lejos de no existir requiere una respuesta personal, singular para cada quien. A una cierta edad donde el recorrido que falta es menor que el ya transitado, el amor es lo que supimos conseguir y a arar con ese buey. Puede que ese buey solo bien se lama. No es que una está de vuelta, sino que el camino de ida se tornó largo. Larguísimo.

La literatura se nutre de este trayecto de desencuentros. De otro modo el drama shakesperiano por excelencia - Romeo y Julieta - hubiese terminado en el primer acto. Chico se enamora de chica cuyas familias se oponen pero en pos del amor, triunfa el bien común, se casan, se reproducen y mueren. Fin.

Kafka no hubiese escrito las maravillosas cartas a sus tantas novias, bah no hubiese tenido tantas - Felice, Milenka y alguna otra - y Goethe no hubiera dejado sus tripas en Memorias del joven Werther. Rilke no le hubiese enseñado a un joven poeta que amar no es consumirse, entregarse o perderse en el otro. Quiero decir, el amor más que con el encuentro tiene que ver con el desencuentro. Cuando acontece lo primero, resulta casi del orden del milagro.

Existe un tipo de amor que mirado a la luz de un cierto recorrido da risa. Tomo el caso de la relación de Swan y Odette en busca del tiempo perdido. El tipo la va de langa porque de verdad lo es. Culto, fino, distinguido. Tiene la mala idea de enamorarse de una chica joven y guapa más interesada en el gran mundo,- la societé - ése que Swan representa, que en él. Odette es permisiva con otros menos con el enamorado. Con él nada más que conversar. Para ilustrar la personalidad y el modo de funcionar de Odette podría afirmarse que ella es algo así como una actual botinera, devenida señora que conserva aires de pícara con cara de yo no fui.

A pesar del denodado esfuerzo por construir la relación - de parte de Swan - sobre la base de palabras y pensamientos relativos a la música, la pintura y otras artes, la chica demuestra una terca y pertinaz carencia de comprensión. Es dura de entendederas. Cuando él le manifiesta su amor ella le responde algo así como - ¡Cállese... - no se tutean al menos en la traducción al español -, que no puedo escuchar la obertura!-, están en la Ópera. Cualquier pretexto vale en lugar del no.

Este desencuentro entre la palabra dicha y la no escuchada es en la novela y en la vida real la madre de todas las batallas perdidas. Se pierden las palabras, se pierde el tiempo. Pierden las dos partes concernidas en el diálogo. Pero es que así funciona la mayor parte de la llamada comunicación humana. Todos pierden, como dice una de las caras de la perinola. ¡A la perinola! Y con muy buena suerte, cuando por fin logran encontrarse dos discursos, surge el malentendido. Definitivamente no creo en la comunicación humana.

Personalmente hay un encuentro que preferiría evitar - como Woody Allen - quien afirma: Cuando llegue la muerte preferiría no estar. Y otro al que me gustaría recibir y que me encuentre ocupada. Dicen que la inspiración sólo llega si te encuentra trabajando.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Dpmingo; 16.06.14

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