Imprimir

El espíritu de una época

«El jardín de los cerezos»Vi en teatro «El jardín de los cerezos», de Chéjov, en una muy buena puesta y excelente escenografía, vestuario y proyecciones de Eugenio Zanetti, el argentino que ganó un Oscar por el film «Restoration» en esta especialidad. También dirige; el último jueves se estrenó «Amapola».

La obra trata sobre una familia de terratenientes rusa que regresa a su tierra, luego de una temporada en París. Como correspondía a finales de siglo XIX a una familia bien. Esas que tenían campos, criadas, mucamos y nunca trabajó ni demasiado mucho ni demasiado poco. El bienestar se obtenía por herencia.

Claro que los tiempos cambian y hacia 1905 acontece en Rusia una revolución que no tendrá la expansión de la de 1917, cuyo objetivo último es que un fantasma recorra no sólo Europa, sino el mundo entero, Marx-dixit.

Total que para subsistir deben vender el jardín de los cerezos, que ocupa gran parte de su propiedad. Se tienen que desprender rematando la tierra en pequeñas parcelas para construir viviendas vacacionales, onda country, o vender a un postor. Lo compra Lopajin, el hijo comerciante de un ex campesino que sirvió en la casa.

Chéjov habla del fin de una época; de la sociedad feudal que se desintegra, y del dinero que pasa a otras manos. La familia, que siempre vivió como en una nube de polietileno grueso que entorpece la mirada, protesta y entristece. No se puede afirmar lo contrario, pero aun así, se marcha con un «good show y vodka con caviar». Es claro que extrañarán la casa, los cerezos, los paseos, el alma eslava, pero sin avivarse que la transformación obedece a un cambio más estructural. Se darán cuenta más tarde.

No pude dejar de relacionar la obra de teatro con un texto y film de Lampedusa «El Gatopardo» dirigido por Visconti. El conde de Salina, Don Fabrizio, asiste también al final de una época. Hacia 1860 y unos años más - época en la que se extiende esta saga -, el aristócrata advierte que se asoma un fin de fiesta, que la burguesía y los burócratas sicilianos han tomado el relevo de la nobleza. Kaput. Fin de lo que se daba. Su sobrino Tancredi le musita al oído algo así como «Tío, tranquilo, relájese», y pronuncia la famosa frase «algo tiene que cambiar para que todo siga igual». Sí, seguirá existiendo el poder, el dinero, los privilegios y prebendas, pero cambiarán las manos que los atesoran y detentan.

No pude dejar de linquear, como se dice ahora, después se verá porqué, estos dos textos y enlazarlos a lo que se da en llamar «el espíritu de una época». Aquel que se propaga, se extiende y coloniza el saber de un momento histórico en distintos puntos del globo. Cuando acontecen grandes transformaciones en un modo de producción semejante, lo más seguro es que algo parecido sucederá casi por contagio en otra porción del planeta, en un tiempo no muy lejano. Para decirlo en forma caserita.

Claro que los de la obra chejoviana y la novela eran otros días, mi amigo. Ahora todo es instantaneidad planetaria, my friend.

El espíritu de la época tecnológica se cuela en todos los campos. Arrasa.

¿Cómo y cuándo fue que palabras tales como Facebook, Instagram, Twitter computadora todo en uno, impresora 3D, Preguntados, Candy Crush, googlealo, googleame, te whatssapeo o 4G pasaron a formar parte del vocabulario cotidiano de los no nativos digitales?

Definitivamente Internet no es una herramienta optativa, forma parte de nuestras vidas, no se discute. Aquello que sí te pisa los talones ordenándote «quiero más» es el nivel creciente de «actualización» de redes, plataformas y «gadgets» o juguetes tecno que amenazan dejarnos fuera del sistema, si no nos ponemos al día. Eso ocupa mucho tiempo en la vida de un sujeto, demasiado. Nos convierte en programados pantallo-dependientes.

Últimamente el espacio donde me recupero de esta batalla vertiginosa en la que siempre gana el otro, es en el teatro. Cada vez con mayor placer participo del rito inventado por los griegos y perfeccionado en el mundo entero de modo lento, pausado y paulatino.

Sí, claro, toda vez que mis compañeros de sala no pulsan sus celulares y la ametrallan con efectos luminosos, urgidos por la necesidad de conocer qué se están perdiendo.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 8.6.14.

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.