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Mandar al frente

Truman CapoteHace años que leo literatura de modo serio y entretenido. Cuento con la orientación de profesores de los que ya he hablado en otra oportunidad. Jamás doy nombres; pero no me privo de hablar de ellos. Me dan letra. Y música.

Este año el interés de uno de ellos se ha dirigido a Proust. Nos encaminamos, entonces, hacia el primer libro de los seis que componen en Busca del tiempo perdido, «Por el camino de Swan». para más datos. Se trata de un escritor al que voy a dedicar más de una mención. Y no porque me vaya a extender en sesudas interpretaciones sobre su invento - «la memoria involuntaria» - operación poco lógica y demasiado sensitiva para mí modo de entender la escritura, sino por otros detalles.

Sabido es que el autor, al mojar una magdalena en el té, evoca una vida. La de él y la de ochenta personas más, posibles de identificar. No da nombres y apellidos concretos; no hace falta. Se come la masita y comienza un raid por la vida de su madre, abuela, tía y todos los que lo acompañaron en el ambiente mundano y de «salón» de su época. Principios del siglo pasado, ése en el que nacimos. Traslada de manera ejemplar, hay que decirlo y subrayarlo, pasajes de la vida de quienes fueron sus favorecedores y amigos. Algunos dejaron de serlo, a propósito de este hecho.

Truman Capote, que no se ahogaba en un vaso de whisky, pero probablemente sí en una taza de té, también escribió detalles sobre personas reales, pero con nombre y apellido. No es que airee aspectos de la alta sociedad de su época, el jet-set neoyorkino, sino que manda al frente, entre muchos, a Gloria Vanderbilt, Jackie Kennedy y su hermana, la divina Lee Radziwill y a Peggy. Cuando Capote dice Peggy siempre se trata de Peggy Guggenheim, siempre.

El autor de «A sangre fría», en realidad más que mandar al frente, manda al muere de un modo brutal a los que hasta ese momento fueron sus amigos y amigas. Por supuesto le hicieron un vacío total, al que respondió con una de sus frasecitas. ¿Qué pensaban, que yo sólo servía para divertirlos?

En el cuento La Côte Basque - nombre del famoso restaurante de Nueva York donde se iba a mirar y ser visto -, no perdona infidelidades, asesinatos y todo tipo de actividades non sanctas pero sobre todo, no habladas por sus actores. Quiero decir, deschava gente entrometiéndose en su vida privada y lo da a luz. Fue publicado como un artículo de la revista Esquire, para luego formar parte de «Plegarias atendidas».

Una de las primeras tardes otoñales me di el gusto de leer sin escalas este relato. Capote es un excelente escritor, creador del género «non ficction» novela de no ficción. En este texto parece haber creado el género «suicidio social». Juro que en un momento dije ¡basta Truman, no quiero saber tantos entretelones, me abrumás!. El cuento más se parece a la columna de Hedda Hopper, que a otra cosa. La Hooper fue una famosa y temida gossip-woman, una chimentera de farándula y sociedad, un poco más abajo que la archifamosa Louela Parson. Dos a las que pocos podían detener en su ofensiva.

Pasando a otro registro y en un tren doméstico, de entrecasa, la televisión argentina conoce y practica con ahínco y devoción este género. El de deschavar a otro.

Soy una persona con una fuerte afinidad a los medios masivos de comunicación y de ellos, la televisión. Razón por la cual no puedo permanecer ausente de las políticas y discursos de periodistas de toda laya.

En otras palabras, no puedo desoír las mandadas al frente de Luis Ventura, quien deschava a Maradona, que goza con la caída en desgracia del primero y le pasa la pelota en un gesto maradoniano que lo identifica a Casella. Éste la recoge y la entrega al primero con un: te espero en la esquina, como se resuelven las cosas en el barrio, si sos macho. Porque yo soy muy machito, así como me ves.

Lanata, que de fútbol no entiende nada pero sí de mandadas al frente, hace como que entrega pero no entrega nada. Se entretiene un rato con el balón, hasta que Luis Majul se lo saca para devolver al primero. Jorge Rial jugó en el primer tiempo, pero en cualquier momento entra a calentar el «jogo bonito» de la televisión vernácula.

Quiero decir, la canción es la misma que la de los escritores nombrados, pero qué mal suena esta. Desafinan todos.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 18.5.14

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