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Mujeres terribles, tremendas, temibles

Faye Dunaway - «Mamita querida»Después de mi clase de literatura vamos con un grupito a tomar café. Mujeres y hombres. Durante la última reunión, solté una adivinanza de mi invención que decía algo así como: cuando un hombre y una mujer se encuentran en una esquina rosada, todo fluye; marcha. Esa esquina puede convertirse en una avenida de mano única - si no te corrés, te piso con el auto -. ¿Quién pisa a quién? La respuestas daban pisadora a la mujer, tanto para ellos como para ellas. No me sorprendí. Después se verá el porqué de tan unívoca respuesta.

- ¿Por qué? pregunté.

- Porque las mujeres son tremendas.- contestaron los hombres.

La reunión transcurrió luego por otro carril. El profesor prometió que si Argentina ganaba el próximo Mundial que se disputa en junio, él reconsideraría la lectura y análisis de cuatro textos de Faulkner al hilo. Hilo sisal, porque no es justamente Faulkner un escritor afín a la alegría brasileña. Como sé que el fútbol no es cuestión de soplar, hacer un gol y ganar un Mundial, ya estoy frecuentando esos textos. Me temo que saque «Absalom - Absalom» y nos mande leer «Réquiem para una mujer». El título, desde el vamos, no me resulta atractivo. De verdad, me espanta. El escritor se destaca por sus personajes apasionados, de pocas palabras y tremendos.

A esto quiero llegar. La elección unánime de mis amigos de mesa, me dejó picando una pregunta: ¿Qué significa tremendo? Se refiere a lo desmesurado, excesivo, intenso de una reacción. Y sí, pisar a alguien intencionalmente lo es.

Desde una vertiente un tanto, no mucho, más didáctica, ser tremendo es estar atravesado por esa emoción negativa llamada ira. Que, según parece, pega más fuerte y peor a la mujer que al hombre, al decir del refranero popular. Y no me refiero con tremendas o terribles a todas las mujeres, ni a las que quieren cazar a un hombre - pobrecitas no saben que eso siempre sale mal - ni a las demasiado independientes, sino a ese particular momento en que por hache o por be, o por todo el alfabeto, ciertas mujeres se convierten en terribles furiosas. En la Edad Media se quemaba en la hoguera a las que montaban en cólera o en escoba. Hoy, tal como entonces, un cierto saber popular se refiere a las mujeres como «la bruja de la casa».

Dicen que Audrey Hepburn dijo «Todo lo que sé lo aprendí del cine». A mí me falta ver mucho cine, todavía y por suerte. Sin embargo, no puedo dejar de recordar la antológica escena de «Atracción fatal», donde una Glenn Close pone a cocinar un conejito vivo en una cacerola. Lo hace a raíz de unas pocas canas al aire que se tira Michel Douglas con ella, que es su amante ocasional de sólo un fin de semana. Un error de interpretación, una mala lectura, un malentendido desencadena en Glenn la ira de Dios, encarnada en cuerpo de mujer, en su cuerpo. Mamita. Eso da miedo a hombres, mujeres y niños.

Ahora recuerdo otro film, que viene a mostrar el lado tremendo, terrible, temible de una mujer. Se trata de «Mamita querida». Faye Dunaway, recrea a una Joan Crawford que atormenta a Christina, su hija adoptada. Y se atormenta también. Quiero decir, mujeres tremendas no sólo en relación a un hombre sino en relación a la vida. Y éste es el otro punto al que quiero llegar. Tanto para los hombres como para las mujeres el problema, el enigma o como quieras llamarlo es la mujer, lo femenino. Las mujeres no por serlo saben todo respecto de ellas mismas. Y esto por suerte no lo saben ni ellos ni ellas. Las mujeres no saben que saben o no saben qué es lo que saben, con lo cual estamos como cuando vinimos de España. En cueros.

Ya en la mitología griega la esfinge tebana era una especie de demonio que se representaba con rostro de mujer, cuerpo de león, alas de ave y tenía la costumbre de ensañarse con quien no respondía bien a los enigmas. Shakespeare en «La fierecilla domada» también llamada «La doma de la furia» recrea sabiamente el carácter colérico y malhumorado de una mujer, Catalina Minola, que ahuyenta a cuantos pretendientes se interesan por ella: bah, una mujer terrible. Estos relatos se cuelan en el saber popular. Pasan de una época a otra, no por generación espontánea sino por ciertos discursos, por haber sido nombradas de esta forma.

Es por esto que la respuesta de mis amigos no me sorprendió. Yo ya lo sabía. Sólo quería corroborarlo. Del enigma de la mujer, de la mujer como enigma, sólo sé eso. Lo demás es puro cuento que hay que saber contar elegantemente para que nadie note que es sólo un cuento.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 27.4.14

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