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Palabras, palabras, palabras

Scarlett Johansson y Joaquim Phoenix«Cuando Gregorio Samsa se despertó aquella mañana, luego de un sueño poco tranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto». Así comienza «La Metamorfosis» de Kafka. Nunca dice de qué insecto se trata, aunque muchos hablan de una cucaracha. Nadie en su sano juicio puede creer en esta transformación; sin embargo, el cuento se sostiene, debido a la pluma del checoeslovaco que lo torna verosímil.

Algo parecido sucede en el film «Ella». Nadie que porte mens sana in corpore ídem puede, al principio, dar crédito a una historia de amor entre una persona y un sistema operativo: una voz. Otra vez y sin embargo… la historia fluye.

Una extraña relación se cierne entre Teodoro, un escribiente de cartas de amor firmadas por otros, previo pago de buen dinero a juzgar por su casa tecno, todo-terreno, y una voz. Una voz de mujer seductora, envolvente y ligeramente áspera hablada por Scarlett Johansson, una de las ya no tan niñas mimadas, entre otros, por Woody Allen. Es la rubia de «Vicky, Victoria Barcelona» del mismo director. La elección de la voz de Ella como la de Él, Joaquim Phoenix, resultan atinadísimas.

Una vez que uno entró en la trama y aceptó las reglas, resulta claro que efectivamente se trata de una relación, particular, es cierto, pero relación al fin y al comienzo. Hasta hace poco cuando queríamos representar a una persona alejada del mundo, la imaginábamos flotando en el espacio con traje de astronauta y escafandra. Eso fue. Los sistemas operativos inteligentes ya existen. Desconozco si la customización - hecha a la medida y gusto tanto de la dama como de un caballero - se puede adquirir. Pero no me cabe duda de que eso llegará. El futuro está más cerca de lo que parece ¿Acaso las páginas triple X súper hot no pueden pensarse como las preliminares de esta opción? Lo querés, lo tenés. Rubia, juguetona con anteojos, es lo más común. Petisa, rellenita, colorada. Los requisitos eróticos son tan dispares que no se pueden enumerar; sin embargo - de nuevo el sin embargo - se pueden comprar. El que busca encuentra.

Teodoro camina por las playas de Santa Mónica en jeans y camisa a cuadros como cualquier otro, mientras habla por el audífono adosado a un celular. A nadie le llama la atención. Habla, hace chistes, se ríe con Samantha, la voz. Ella es la voz cantante de la relación, tanto como muchas mujeres de carne y hueso y voz de pito lo son en la vida real. Quiero decir, llega un momento en que no se duda: él se ha enamorado de Ella y parece ser recíproca la cosa. La música, las locaciones à la Frank Gehry, el arquitecto que diseñó el Guggenheim de Bilbao y el Centro de Conciertos de Los Ángeles, todo metal torsionado que le confiere una forma atulipanada onda protectora a la vez que fría como el titanio, porque me atrevo a decir que si no lo es se parece a ese metal, contribuyen a que creas que el futuro ya llegó.

Detengámonos en este segmento de la película. No voy a contar cómo termina. Sabemos que todo en la vida concluye y que los gadgets y utensilios tecnológicos, si bien proporcionan «experiencias únicas», también cumplen con el principio del fin de las cosas.

Ella, Samantha, es una voz inteligentemente artificial como para hacer sucumbir a un nerd de escaso, tirando a nulo, nivel de sociabilidad. Esto que parece una rareza del autor del guión y director, Spike Jonze, no lo es tanto.

¿Acaso cuando interactuamos en una red, conocemos al otro, sabemos cómo es, qué piensa, qué le gusta? ¡No! Y más aún, nos enamoramos por un rato, un ratito y nos hacemos más de un ratón. Completamos al otro a la medida de nuestra ilusión. Construimos al otro, de acuerdo a nuestra conveniencia y necesidad.

Salvando enormes distancias algo parecido sucede en el amor. El amor es aquello que permite velar, en el sentido de cubrir con un velo las imperfecciones ajenas. Es la mejor pantalla jamás creada entre los humanos.

A Teodoro le sucede lo mejor que le puede pasar en su relación con el otro. No asiste a una cierta degradación de la vida real y cotidiana. - Viejo, mañana hay que pagar las expensas, ya vencieron. - Chela, otra vez agarraste el control remoto y lo dejaste en la cocina y ya empieza el partido ¡Chela!

Teodoro será un nerd solitario y Samantha un sistema operativo: algo artificial que existe sólo como voz, como «palabras, palabras, palabras» al decir del joven Hamlet. Sin embargo, fue lindo mientras duró. A Él le sirvió para desplegar un mundo que tenía guardado, guardado, guardado. Ella operó bien.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 23.3.14

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