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Cáncer

Cristina Fernández de KirchnerLa palabra asusta porque arrastra el miedo de siglos. Porque cuando no se la puede superar, la enfermedad que la palabra designa, es tan perversa que primero destruye con minuciosidad y luego mata.

Afortunadamente, el avance científico, mucho más lento que lo deseable, ha permitido que muchos carcinomas puedan ser curables. Pero aún en esos casos, hay una línea divisoria que separa el antes del después. Ese momento fatal en que el médico pronuncia el diagnóstico menos deseado: carcinoma.

Como en otros dramas que el ser humano debe afrontar, uno puede imaginar, por ejemplo, la tragedia antinatural que debe ser enterrar un hijo. Pero sólo el que ha pasado por un trance similar alcanza a sentir el dolor lacerante del semejante que atraviesa esa circunstancia límite. Lo mismo sucede con el cáncer.

En medio de un día veraniego, el vocero presidencial con austeridad verbal pero con precisión informativa, comunicó al país el carcinoma de tiroides que afecta a la Presidenta de la Nación y su intervención quirúrgica el 4 de enero. Más concretamente: "el pasado 22 de diciembre, durante la realización de estudios médicos de control rutinarios efectuados a la señora Presidenta de la Nación, se detectó la existencia de un carcinoma papilar en el lóbulo derecho de la glándula tiroides".

Debe entonces ponderarse una información fundamental que suele retacearse en situaciones análogas. El pronóstico, se informa, es bueno.

Acudiendo a un especialista, el jefe de Endocrinología del Hospital de Clínicas, Fabián Pitoia afirma: "La tiroides es la encargada de producir dos hormonas que son el combustible de las células del organismo... El carcinoma de tiroides tiene diferentes variables, el papilar es el que tiene el mejor pronóstico". Acerca de la recuperación dijo que "en el 90% de los pacientes hay una sobrevida cercana a la población general con el tratamiento correcto". Y aclaró que en la zona del cuerpo donde será sometida es "en la base del cuello" en la que "se hace una pequeña cicatriz de 2 o 3 cm pero depende del tamaño del cáncer y si hay o no metástasis".

Para los que hemos pasado un trance similar al que deberá enfrentar la Presidenta, no necesitamos de mucha imaginación para entender el desasosiego inicial, el sacar fuerzas de flaquezas para poner buena cara en sus presentaciones públicas, bromear sobre esta probabilidad estadística tan desfavorable que afecta a los presidentes que han decidido ponerse a la cabeza de sus pueblos para cambiar la historia, y prometer competir con Hugo Chávez en la Presidencia de los presidentes afectados por la misma enfermedad y que han logrado superarla.

No necesito hacer ningún esfuerzo para imaginar la noche del 31 de diciembre, rodeada de la intimidad de su familia, con la fuerte presencia de la ausencia querida, de su abuelazgo provisoriamente frustrado, al frente de un país donde la mayoría ha depositado las esperanzas en su persona en medio de la peor crisis mundial, por lo menos desde 1929, y con la incertidumbre, más allá de todos los pronósticos favorables, de ser conducida a un quirófano, 72 horas más tarde.

La angustia del diagnóstico

Cuando faltaba un día para cumplir sesenta años, un 8 de agosto del 2005 escribí una carta a mis más íntimos con el título de Carcinoma. Sólo compartiré con ustedes las consideraciones generales, manteniendo en la intimidad aquellas partes con destinatarios específicos: "El diagnóstico está en ese papel con el membrete del patólogo. La definición es precisa. El nombre no admite dudas. No da lugar a imprecisiones como la palabra transar que usan los jóvenes. Esa capaz de designar desde la aproximación a la consumación sexual. Carcinoma. Cáncer de estructura epiteliar predominante.

No tengo ningún síntoma pero la biopsia lo traduce en una sola palabra: Carcinoma.

Mi mundo, se detuvo hace un mes, después de recorrer el camino de la indefinición durante ocho meses. Cualquiera que sea el devenir posterior, nunca volverá a ser el de antes.

La primera sensación es la falta de futuro. La percepción que el horizonte no está donde se pierde la vista, sino próximo a los ojos. El segundo es adentrarse en las alternativas y recorrer un laberinto de pérdidas difíciles de sobrellevar cuando se considera que la vida es algo más que estar vivo.

La vida empieza a tener un agregado que le antecede: sobrevida.

Tomar una decisión en donde la incertidumbre tiene la característica de una ruleta rusa pasa a ser una obsesión que atenaza el cerebro.

Uno no puede evitar tener la bronca de haber sido sorteado con un premio castigo. Siendo agnóstico no puedo poner la esperanza donde otros encuentran a Dios. Sólo la ciencia. Y la ciencia no ofrece soluciones integrales sino más o menos malas.

"Consuélese. Está tomado en su fase inicial en un lugar de lenta evolución. Tiene buen pronóstico", dicen los médicos en forma unánime. Eso sí, tiene que resignarse a estas limitaciones en un porcentaje X. ¿Por qué va a pensar que le va tocar a usted?"

Los porcentajes sirven para los análisis macro. En el micro, en ese en donde uno es el 100%, el 30, el 40% de probabilidades limitantes adversas, es un universo inconmensurable. "Mire que es afortunado, dice el médico, porque en este nivel de evolución del tumor puede optar por cirugía o rayos. Si fuera de mayor agresividad y avance, sólo le quedaba la cirugía".

Las noches se vuelven tumultuosas. El día es un combate entre la vida normal y este peso obsesivo. La angustia atenaza la garganta y el llanto a escondidas es un escape transitorio.

Desde que nacemos, la muerte nos acompaña a distancia variable. Cuando se es chico, ni se la divisa en el horizonte. A medida que crecemos, ella se acerca. Cuando uno queda englobado con la palabra cáncer, ya no cabalga al lado sino dentro de uno mismo. Se siente su cercanía. Su aliento desagradable. Su voracidad glotona.

Joan Manuel Serrat, que le puso versos a la vida, dijo en circunstancias parecidas: "Lo importante no es lo que a uno le pasa, sino lo que uno hace con lo que le pasa". Es una hermosa frase que cuesta aplicar si no se la anestesia con una dosis grande de resignación. Tan bella como: "Si la muerte pisa mi huerto / ¿quién firmará que he muerto / de muerte natural?

Si me olvido unos minutos del problema y le cuento a alguien que tengo cáncer, me basta ver en el rostro del otro la magnitud de la enfermedad. Es casi un test para saber - aunque uno lo sabe de siempre - quién es amigo y quién un mero acompañante.

Atahualpa Yupanqui decía que "un amigo es uno mismo en la piel de otro". El acompañante es alguien con quién se tiene relaciones sociales por habitar un mismo lugar geográfico, ya sea un colegio, un club. Muchas veces se tiene un contacto más frecuente que con un amigo. Son con los que comés un asado en tu casa o en la de él. Que te invita a la fiesta de quince de su hija o al casamiento de su hijo. Son esas relaciones que no sobreviven cuando la geografía las distancia. La prueba es sintomática: el amigo al conocer la noticia tiene en su rostro el mismo dolor que uno imagina que vio el médico en mi cara cuando dio el diagnóstico.

El acompañante se horroriza, en cambio, de imaginarse encontrándose en la misma situación. El amigo dice: "no sé lo que puedo hacer pero aquí estoy". Y generalmente exclama, y tal vez no sepan lo bien que hace, "te quiero mucho". Los más extrovertidos dan un abrazo. El acompañante rehúye el tema o hace como que no se enteró. Seguramente sí considerará un deber de amigo acompañarlo al cementerio, cuando el desenlace se produzca y uno ya no pueda enterarse.

También es cierto que en algunos casos los acompañantes se transformaron en amigos.

He encontrado en las mujeres, amigas o acompañantes, una sensibilidad superior. Pueden exteriorizar el cariño sin pasarlo por el filtro del pudor. A ellas mi infinita gratitud.

Lo que me emociona profundamente son aquellas personas que acuden a su fe religiosa y te dicen "rezo por vos". A ellos un agradecimiento muy especial. Pude aprender, en estas circunstancias difíciles, que se nace acompañado pero se enfrenta a la muerte solo, aunque se esté junto a todos lo que uno quiere y lo quieren.

También he pensado en estos días de angustias interminables, cuántas veces habré sido yo el que no comprendió al otro. Espero que sean pocas para tener en la mochila de la sobrevida menos cosas de las que reprocharme.

Seguiré luchando mientras la batalla sea pareja. Y como toda la vida, el Nano seguirá acompañándome: Escuchen lo que está cantando: "¿Quién será ese buen amigo / que morirá conmigo aunque sea un tanto así?"

Solidaridad

Recuerdo el último día que antes de la operación concurrí a El Tren (el programa de radio que desde hace ocho años y medio realizo con el periodista Gerardo Yomal en AM 770, Radio Cooperativa de lunes a jueves de 20 a 21 horas). Era un jueves y me operaba el martes. El lunes era feriado y decidí, dado el estado de ánimo, pasar un programa grabado. Gerardo había viajado, así que estaba solo. Camino a la radio dudé si informar o no a los oyentes porque iba a estar ausente los próximos treinta días. Recordé que en el primer programa que pusimos al aire, un 7 de julio del 2003, habíamos prometido decir las cosas por su nombre. Hubiera sido una incongruencia que cuando la enfermedad temida afectaba a uno de los conductores, usara un eufemismo u omitiera su comunicación.

Así que empecé el programa explicando que tenía cáncer y que me iba a someter a una intervención quirúrgica por lo cual estaría ausente un mes. El teléfono empezó a sonar en forma ininterrumpida, mensajes que la producción me pasaba sin solución de continuidad y que ponía al aire con un nudo en la garganta. La radio, que nos permite entrar en los hogares y en los autos, en los lugares de trabajo, nos devuelve como ningún otro medio, el cariño dispensado a un amigo.

La solidaridad es una vitamina que fortifica el espíritu, un estimulante para ingresar a dar batalla en los momentos difíciles.

Esa solidaridad es la que pretendo hacer llegar a la Presidenta de la Nación, seis años después de atravesar una operación parecida pero diferente a la que el miércoles 4 de enero se someterá Cristina Fernández.

Una amiga, la notable psicóloga Silvia Bleichmar, solía saludarme cuando se enteró que ambos padecíamos la misma enfermedad con un ¡Hola colega!

Con esa familiaridad de colegas no buscados, me permito alentarla con el "¡Avanti morocha! ¡Fuerza Cristina!", dos de los tantos alientos que el pueblo le hizo llegar en momentos difíciles. A los que hay que agregar el siempre vigente, necesario en toda intervención: ¡Buena suerte!