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Sí… Otra vez con el Holocausto

Es reiterativo; sí; siempre hablamos de la necesidad de recordar. De saber lo que sucedió; de no olvidar a las víctimas de la Shoá ni tampoco la crueldad de los asesinos.

Por eso lo tenemos tan presente. Por eso instamos a todos a honrar la memoria de sus víctimas. Por eso este 27 de enero, Día internacional de Recordación del Holocausto, no es una fecha más; aunque conmemoremos cada año también Iom Hashoá.

Sí; el Holocausto es parte de la memoria colectiva del pueblo judío. También del Estado de Israel.

Y sí; muchas veces «salimos» con el tema del Holocausto; lo traemos a colación o lo tenemos en mente cuando se habla de otros temas. No fue nuestra opción; nos la impusieron los asesinos, los que perpetraron el Holocausto. Por eso «otra vez» el Holocausto...

Ese «otra vez» suena a molesto en boca de quienes creen que se exagera, que pasó hace mucho, que hoy hay que dejar de hablar de eso. Para los judíos y los numerosos hombres de bien de diferentes pueblos y religiones que comprenden la dimensión de lo ocurrido, el «otra vez» es una obligación moral.

Podríamos entender las críticas al respecto, si el recuerdo paralizara. O sea, a nivel personal, claro está que hay sobrevivientes que nunca pudieron vivir con normalidad, gente a la que la Shoá le mató a los suyos y a su capacidad de seguir adelante. Pero sin poder dar números, nuestra sensación es que la mayoría se aferró a la vida con ganas de vivirla, de aprovecharla, de llenarla de nuevo contenido, sin que eso signifique olvidar.

Entre los sobrevivientes y sus hijos, han habido creadores y profesionales, comerciantes y hombres de letras, gente que no se rindió ante la hecatombe; gente a la que no le lograron matar el alma.

Están también entre nosotros, muy cerca, con un mensaje sin odio; de recuerdo, no de rencor. Están también en nuestro país, sobrevivientes que se reúnen con niños y jóvenes para contar lo que vivieron. En el Centro Recordatorio del Holocausto se organizan actividades al respecto. Y ahí viene Rita Vinocur, con sus energías y fuerzas emocionales de siempre, a contarnos sobre lo singular del encuentro con liceales de aquí y adultos de allá, sobre las emociones que sintieron, sobre todo lo que preguntaron, sobre sus ansias de aprender y su respeto hacia el testimonio de esos adultos, ancianos algunos, que se reunieron con ellos para contarles lo que vivieron.

Y qué lógica la pregunta que hizo un niño una vez, en referencia a la bien recordada Ana Vinocur, de bendita memoria, que tradujo el dolor por lo vivido en una lección de vida y amor, sin odio. «¿Fue feliz?» - preguntó. Y claro... después de haber oído lo que pasó, bien podía no haberlo sido.

Y nadie que haya escuchado una vez algún testimonio de ese tipo, dirá cansado y con cara de aburrido «otra vez el Holocausto...»

La iniciativa de las Naciones Unidas de declarar hace algunos años el 27 de enero como Día Internacional de Recuerdo del Holocausto era necesaria. No es de descartar que aporte a la educación de niños judíos, dondequiera que estén, si participan en una clase o escuchan algo sobre el tema. Pero más que nada, era necesaria para todos aquellos que simplemente no saben lo que pasó.

Claro que es imprescindible para aquellos que no creen, que desmienten, que se ríen; para aquellos que dicen que nosotros, los judíos, exageramos; que no eran «tantos». «¿Seis millones? ¿Quién se lo puede creer?», dicen retóricamente con mala intención.

Pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver, tendemos a creer que si bien nunca hay que cansarse en el esfuerzo por relatar y contar la verdad - no sólo en el tema de la Shoá - también a los incrédulos, el 27 de enero es clave más que nada para la mayoría silenciosa.

Nos referimos a todos esos ciudadanos del mundo que no saben o no conocen tan a fondo, simplemente porque no se les dieron las circunstancias para «toparse» con el tema; porque no han tenido la desgracia de oir al respecto de sus familias, que nada tuvieron que ver con los campos de exterminio.

Son todos esos ciudadanos del mundo, no judíos, en todos los continentes y confines del planeta, a los que el Holocausto nunca tocó el alma, porque no leyeron, no aprendieron, no tuvieron cuándo ni cómo estremecerse con los testimonios.

«Ese era otro planeta», dijo el sobreviviente Pinjas Epshtein en el juicio a Ivan Demjaniuk en Jerusalén, hablando de Treblinka. Un planeta en el que la naturaleza tenía sus propias leyes; en el que padres veían morir a sus hijos, tenían que elegir entre ellos por dictámenes del guardia nazi de turno, sin saber que al final, de todos modos, todos morirían.

Era una gran constelación de «otros planetas».

Como el que vivió Frida Medina de Kovo, una mujer oriunda de Salónica en Grecia, que conocimos años atrás en su departamento en la calle Dizengoff de Tel Aviv. Contó cómo de jovencita llegó a Auschwitz, la separaron de sus padres y le dijeron que luego volvería a juntarse con ellos, cómo pasaron los días y no los veía y su desesperación aumentaba para convertirse en un dolor irreparable cuando al ver por casualidad en el campo a otras jóvenes de su barrio y preguntarles al respecto, la tomaron del brazo, le señalaron el humo que salía de las chimeneas de los crematorios y le dijeron: «Tus padres, los nuestros, los de todos, salen por ahí».

Esa mujer mayor hablaba con nosotros en el comedor de su casa en la nueva vida en Israel, ya abuela con una vida por detrás, y lloraba. «Nunca más vi a papá y mamá», nos dijo; y nos dejó la sensación de una niña perdida.

En otro planeta también había estado Lidia Vago, una sobreviviente con ganas de vivir, que organizaba talleres de literatura en el campo «porque al espíritu no nos lo van a matar nunca, por más que traten», nos dijo. Por suerte, tampoco su cuerpo murió.

En otros planetas, fuera de la razón y el raciocinio humano, había estado también Jacques Stroumsa, conocido como «El violinista de Auschwitz» - también oriundo de Grecia - que logró salvarse en el mencionado campo de exterminio porque a los nazis les gustaba cómo tocaba el violín. Lo entrevistamos en dos oportunidades en Jerusalén, la última de ellas en su casa en la calle Uruguay del barrio Kiriat Yovel. Contaba sobre sus encuentros con jóvenes alemanes y cómo les decía que ellos no son culpables, pero que sí tienen la responsabilidad de saber lo que pasó y comprender que las sociedades tienen la obligación moral de impedir el antisemitismo y la discriminación. Stroumsa, un hombre de baja estatura y gran temple, falleció hace varios meses en Jerusalén.

Hoy viernes 27 de enero, por autorización del Presidente de la República José Mujica, habrá cadena nacional de radio y televisión sobre la fecha. Desconocemos aún su contenido exacto y su mensaje. Pero su emisión misma ya tiene una importancia primordial. También la tiene la ya tradicional convocatoria de la Comisión Permanente del Parlamento, por la misma razón, iniciativa que dignifica a los legisladores uruguayos.

Hay mucho que recordar y mucho que advertir; por eso, sí, otra vez Holocausto.

Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay

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