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¡A la Madonna!

El domingo 15 de enero me acomodé junto con otras personas frente al televisor para ver la entrega de los Golden Globes en vivo y en directo. Me interesa siempre esta «previa» que anuncia con bastante precisión los futuros «And the winner is».

Minutos antes había terminado de mirar en la pantalla de la compu "Albert Nobbs" con Glenn Close, película de la que es también productora. Dejo a los especialistas la crítica. Como dijo Karina Jelinek "lo dejo a sus criterios".

Días más tarde y casi por casualidad vi nuevamente la parte que no había visto; la entrada a la alfombra mágica de los mejores entre los mejores. Hombres y mujeres di-vi-nos, impecables, inalterables a pesar del paso del tiempo.

Madonna, una rellenita a quien vi en NY en los ochenta, parecía su hermana menor. Con rasgo parecidos a aquella pero mejores, más afinados, gracias a la acción benéfica de esa agua bendita pero carísima llamada «bótox», además de una gran reparación acaecida hace unos cinco años.

Yo me sumergiría feliz en una bañadera llena de la toxina botulínica - bótox - con un texto de Pier Paolo Passolini llamado «Calderón», que es una versión libre de La Vida es Sueño. El problema es que para que surta efecto la toxina-plancha-arrugas, por ahora, se la debe inyectar con jeringa. No funciona por ósmosis.

Madonna es la representante de una nueva estética que dice algo así como «no hay mujeres feas, sino pobres» o con poco interés en dejar tiempo y dinero en lo que para algunas es el segundo hogar - no la escuela - sino el consultorio de su cirujano plástico.

Recibí un mail cuyo título era justamente ése «no hay mujeres feas sino pobres» donde se ve a Susan Boyle - aquella que ganó un concurso cantando y luego saltó a la fama - en tres cuadros. En sólo tres pasos se ve la metamorfosis de una ex feúcha - un buen corte de pelo, un poco de ropa moderna, cinco kilos menos, bótox - y se la puede apreciar dramáticamente diferente: linda. A nadie se le escapa que esos tres pasitos demandaron un sacrificio extremo.

También me queda clarísimo que abogar o defender este tipo de intervenciones conlleva un dejo de frivolidad, de signo negativo en los círculos que suelo frecuentar. Y en los que no me suelo mover, también.

Hay gente que practica deportes extremos; vuela en aparatos rarísimos, escala montañas altísimas, corre peligrosísimas carreras automovilísticas y eso es saludado por la sociedad bien pensante como un "desafío" que hasta debe premiarse.

Me dice una amiga que vive en Europa, ex profeso no digo el país, con la que tengo una comunicación asidua, que donde ella vive «lo que importa es tu obra». Obra de raíz, centro y tope intelectual.

A esa amiga le contesté en un chat: «Lo que pasa es que la argentina es muy tirana. La mujer argentina, me refiero». Claro que esta frase dio lugar a graciosas acotaciones que no vienen al caso porque si las relatara me quedaría corta de papel.

Pienso que «tu obra» es aquello que te enlaza al deseo, lo pone a circular. No quedas estancado como un erizo maloliente o un zorrino ídem en un sumidero.

Conozco gente para quien «su obra» dista mucho de la cosa intelectual tal cual la conocemos hasta ahora. Su obra es su familia, sus nietos, su casa, su empresa, su cuerpo, su pareja. Gente que respeto enormemente pero a la que no me unen afinidades electivas. En todos los casos se trata de un empeño puesto a prueba y recompensado con un logro. Claro que no me refiero a aquellos que habiendo querido algo, se conformaron con lo que obtuvieron. Eso es resignación, que poco tiene que ver con el deseo puesto a producir.

Se trata de obras absolutamente singulares donde no se puede pronunciar un «The winner is». Cada uno es un ganador en su propio campo, si así se considera él mismo. O no. Porque no se trata de un certamen, de un concurso o contienda donde competir con otros. Aunque los otros nunca dejen de estar.

Volviendo al tema de los cuerpos que se dan a ver en vivo, en directo y por televisión y de ellos el de Madonna, no la vi ni flaca, fané ni descangallada. Y eso que no es mi santa madonna de devoción. Vi una mujer parecida a la gordita de los ochenta, sólo que mejor. Madonna parece esa clase de mujeres que se han trazado una ruta desde pequeñas y no se despegaron de ella. Ni las rutas se despegaron de ellas, ni ellas de las rutas. Pegaditas.

Las rutas son ni más ni menos que el deseo. Lo único que no envejece. Para lo demás, bótox.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 29.1.12

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