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Tel Aviv: Lady Gaga se rindió a «sus pequeños monstruos»

Lady Gaga y Tony Bennett«¡Shalom, los adoro!», gritó Lady Gaga en su rutilante aparición en el concierto en el Parque Hayarkón de Tel Aviv y 25.000 personas entraron en éxtasis al oír la voz de la diva del Artpop en su gira mundial.

La intérprete estadounidense desafío la tensión de la región, cumplió su promesa de ofrecer una «fiesta delirante», a pesar de que perdió fuelle, y volvió a dar muestras de una creatividad sin límites llevando a sus seguidores a un planeta imaginario inspirado en los abismos del océano en los que sumergió al mismísimo Tony Bennett, quien a sus 88 años, y una noche antes de su propio show en Israel, no se resistió a interpretar con su excéntrica amiga el vibrante dueto «Cheek to Cheek».

Los acordes de «Aura», «Venus», «Gypsy», «Do What U Want», «Applause», «Alejandro» o «Bad Romance» enloquecieron a un público entregado desde el primer instante del concierto en esta segunda visita a Tel Aviv de la poderosa contralto.

Lady Gaga dejó patente en Israel que ella es diferente y que se gusta muchísimo. Autoestima, satisfacción a raudales y un dinamismo frenético e imparable brotaban incontenibles de los poros de la estrella de 28 años que se enfundó una decena de trajes, incluido uno de pulpo, a lo largo de la noche.

A sus «pequeños monstruos», los que pasan la noche a la intemperie para comprar una de las entradas de sus conciertos, les hizo todo tipo de guiños de complicidad durante los 120 minutos del vodevil carnal más indecente, plagado también de mensajes sugerentes a la moda y la tecnología.

A la «madre monstruo» le perdonan hasta que haya perdido el descaro de sus giras pasadas. Su nuevo disco, el cuarto, no tiene el tirón de «Born this way» (2011) o «The Fame» (2009).

Lady Gaga dejó por el camino hacia el Artpop del cuarto álbum las escenas de esclavitud y masoquismo y renunció al sexo y a la violencia de alto voltaje en un país donde los ultraortodoxos pidieron vetar el show por «inmoral».

La estrella se desmarcó en Israel de los conflictos políticos del mundo haciendo oídos sordos a los que le exigían la cancelación de su concierto por la reciente ofensiva militar en Gaza. Ella, de nuevo diferente, no se amilanó como sí lo hicieron Backstreet Boys, Lana del Rey o Paul Anka, que plantaron a sus seguidores israelíes. Lady Gaga dio la cara y siguió a lo suyo: con su escandaloso repertorio de tangas, sostenes, pelucas y tacones imposibles en una ciudad que sabe divertirse sin dramatismos mientras convive con el rugir de las sirenas de guerra, las carreras a los refugios y el espectáculo de contemplar los blancos de las baterías antimisiles.

«A mí nadie me dice donde tengo que actuar», gritó desafiante la estrella del pop acompañada de sus espectaculares bailarines antes de interpretar «Manicure». «Los quiero porque su talento y creatividad», añadió al borde de unas puequeñas lágrimas que desataron el alborozo de un público enloquecido.

La dualidad y las contradicciones de Tel Aviv casan a la perfección con la esquizofrénica personalidad artística de Lady Gaga. Los monstruos adoran la desvergüenza de la superestrella y la sensatez familiar de Stefani Germanotta, nombre con el que creció atormentada por sus complejos la artista neoyorquina que un día decidió ponerse el mundo por montera y explotar los «dos corazones» y las «dos almas» que guarda su «espíritu gitano» con el que se despidió. "

«Volveré pronto», prometió la diva de todos los excesos imaginables al público israelí.

Fotos: Gentileza Silvia Golán

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