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Sionismo no es ideología


El concepto de Sionismo es de mucho valor; por lo tanto, es importante que encuentre su expresión en el lugar que le corresponde por derecho propio: en la diferencia entre nosotros y los judíos de la diáspora.

Recientemente se ha hecho un uso exagerado, engañoso y probablemente perjudicial del concepto de “Sionismo". El problema es frecuente tanto en Israel como fuera del país; en el campo nacionalista, en el religioso y en el movimiento obrero; entre liberales y ultra-nacionalistas; entre los judíos de la diáspora, así como entre los no-judíos; y sobre todo entre los árabes.

Por lo tanto, con el fin de mejorar el discurso público acerca de nuestros problemas genuinamente importantes, y para restringir lo más posible la demonización de Israel, que va extendiéndose gradualmente por todo el mundo, trataré de formular el concepto de Sionismo tan objetiva y lógicamente como sea posible y de utilizarlo con la máxima precisión. No hagamos del concepto una especie de salsa lista para usarse con cualquier plato, ya sea para mejorar su sabor, o bien, para hacerlo más desagradable.

En primer lugar, el Sionismo no es una ideología. Según la Enciclopedia Hebrea, Ideología puede ser definida en estos términos: un conjunto sólidamente acotado y sistemático de ideas, acuerdos, principios y mandamientos que expresan la particular visión de mundo de una secta, partido o clase social.

De acuerdo con esta clara definición, el Sionismo no puede y no debe ser considerado como una ideología. El Sionismo es una plataforma común para ideologías sociales y políticas diferentes e incluso contradictorias, por lo tanto, no puede ser adoptado como una ideología independiente.

La esperanza y el objetivo del Sionismo consistían en una sola cosa: establecer un Estado para los judíos. El Sionismo aspiraba sólo a instaurar un marco político para regular la vida del país, para definir su carácter y el tipo de régimen que tendría, para establecer sus fronteras y sus valores sociales, para legislar las políticas destinadas a sus minorías nacionales. Desde el principio, todas estas y otras cuestiones fueron objeto de decenas de interpretaciones y puntos de vista políticos y sociales diferentes entre los judíos que llegaron a Palestina, y por supuesto, estuvieron determinadas por la evolución y los cambios que se producen en toda sociedad humana.

Después de que el Estado judío tomó forma concreta, la única manera en la cual el Sionismo logró expresarse fue a través del principio establecido en la Ley del Retorno. En otras palabras, aparte del hecho de que el Estado de Israel es controlado y dirigido por cada ciudadano que cuente con un documento de identidad israelí, gracias a su sistema legislativo todavía permanece abierto a cualquier judío que desee convertirse en un ciudadano.

En la actualidad, esta ley de retorno existe en otros países, como Hungría y Alemania. Es de esperar que una ley similar constituya también pronto el cuerpo legislativo del Estado palestino que se establecerá junto a nosotros. Y, del mismo modo, que no sea allí una ley racista como tampoco lo es en Israel. Cuando las naciones del mundo decidieron, en 1947, el establecimiento de un Estado judío, no se limitaron a arrancar sólo una parte de Palestina para los 600.000 judíos que vivían allí en ese momento; lo hicieron suponiendo que ese Estado debería servir de refugio para cualquier judío que así lo deseara.

Un israelí, un judío, un palestino o cualquier otra persona que se defina a si mismo como "no sionista" es un ciudadano que se opone a la Ley del Retorno. Esta oposición, al igual que cualquier otro punto de vista político, resulta legítima. Un anti-sionista, por el contrario, es alguien que quiere derrocar al Estado de Israel y, a excepción de las sectas extremistas entre los ultraortodoxos o entre los círculos judíos radicales de la diáspora, no muchos judíos están dispuestos a sostener esta posición.

Todos los debates importantes y fundamentales que tienen lugar hoy en Israel - la anexión o retirada de los territorios, la relación entre la mayoría judía del país y la minoría palestina, la relación entre religión y Estado, la naturaleza y los valores de la política económica y el sistema de bienestar social, incluso la interpretación de los acontecimientos históricos - constituyen la clase de controversias que han existido y existen todavía en muchos países. Son precisamente estos debates los que continuamente forjan esa dinámica y cambiante identidad de cada nación.

Tal como esas discusiones no necesitan de la colaboración de otras naciones para agregar conceptos adicionales a toda la cuestión, no es necesario que estos debates entre nosotros incluyan el concepto de Sionismo, el cual, injustamente y en detrimento de su propia definición, se ha convertido en un arma más que las partes no dudan en utilizar en su pelea, lo que hace difícil explicar el sentido de las controversias y su importancia.

El sionismo no es un concepto que deba sustituir el de patriotismo o el de pionero. El patriotismo es el patriotismo, y un pionero es un pionero. Un oficial que prolonga su servicio militar, o alguien que se instala en el Néguev, no es más sionista que un almacenero en una tienda de comestibles en Tel Aviv, pero, probablemente, resulten más pioneros o patrióticos, dependiendo de los significados que se le asignen a estos términos.

El concepto de Sionismo es de mucho valor; por lo tanto, es importante que encuentre su expresión en el lugar que le corresponde por derecho propio: en la diferencia entre nosotros y los judíos de la diáspora o en el exilio.

El uso exagerado y superfluo del término desdibuja por completo el debate ético entre los judíos que han decidido ejercer su responsabilidad, para bien o para mal, en relación a cada aspecto de su vida en un territorio definido y bajo un gobierno autonómico, y aquellos que viven inmersos en otras naciones y practican parcialmente su identidad judía a través del estudio, los textos religiosos y las actividades comunitarias.

Fuente: Haaretz - 26.11.10
Traducción: www.argentina.co.il