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En el nombre del nieto

Debemos evitar el racismo al que intentan arrastrarnos aquellos judíos fanáticos que incendian mezquitas y que se han erigido a sí mismos como representantes del judaísmo, y luchar contra el chantaje económico y la coerción religiosa a las que nos pretenden someter.

Desde que nos enteramos que un fallo judicial de un tribunal israelí permitió finalmente al escritor Yoram Kaniuk (foto) figurar en los registros del ministerio del Interior como "sin religión", un torrente de comentarios ha convergido en Internet, llenando de reacciones entusiastas las páginas de Facebook, desde "¡Gracias a Dios!" a "Mañana mismo voy corriendo al ministerio del Interior para cambiar mi condición".

¿Es posible que Kaniuk, uno de los escritores israelíes más importantes, esté a punto de crear involuntariamente - e incluso sin una carpa de protesta - un nuevo movimiento entre los ciudadanos de la nación? A primera vista, la intención de Kaniuk era solamente obtener una modificación en el registro de ciudadanía para que constara allí que no tiene ninguna religión, al igual que ocurre en el caso de su nieto, quien, de acuerdo con una decisión rabínica, no puede ser considerado judío ya que su madre tampoco es considerada como tal. Aunque su intención no fuera provocar ninguna reacción en particular, algo ya se ha generado.

La razón por la cual la decisión del tribunal ha causado tal repercusión entre tanta gente no guarda relación con los problemas que puedan tener al momento de registrar su nacionalidad, o con el vínculo personal con la tradición judía que puedan o no sentir. No es algo que tenga que ver con nuestro sentimiento acerca de si estamos hartos o no de ser judíos, o con nuestras preferencias en lo que respecta a la comida kosher.

De hecho, entre los potenciales partidarios de este nuevo movimiento que aún no se ha establecido se cuentan indudablemente aquellos con una profunda conexión con la tradición y la cultura judías - como es el caso del propio Kaniuk. Y cualquiera que haya leído sus libros sabe que ellos están imbuidos de la cultura judía y que constituyen una gran contribución a la riqueza y el desarrollo de la misma.

Kaniuk creció a los pies del gran escritor hebreo, Jaim Nahman Bialik, en la primera ciudad hebrea, Tel Aviv. No pudo terminar la escuela secundaria porque fue reclutado por el Palmaj para luchar contra los árabes y para ayudar a los inmigrantes en su camino hacia el Estado judío. Su vida es el sueño sionista, realizado y luego hecho pedazos por quienes se consideran a sí mismos como los responsables de la preservación del carácter judío del Estado: los políticos que invocan la religión con el único fin de servir a los intereses del gobierno de coalición y en beneficio de los funcionarios religiosos.

Incluso para aquellos que no se identifican con ese sentimiento que recorre los libros de Kaniuk (desde "Himmo, Rey de Jerusalén" hasta su ejemplar "1948"), acerca de que la Guerra de la Independencia fue, básicamente, un enorme desastre; también para aquellos ex integrantes del Palmaj que la consideran una proeza heroica, y hasta para quienes están lejos de ser post-sionistas y pueden entender la necesidad y justicia de establecer un Estado judío en el territorio de otro pueblo, se plantea la cuestión de saber si es un baño de sangre lo que efectivamente ha estado realizándose aquí durante más de 60 años por el bien de ese Estado.

Es un hecho: Desde el momento en que Kaniuk se enteró de la decisión del juez en vísperas de Rosh Hashaná, hasta la publicación de la noticia en los periódicos, algunos judíos relevantes (de acuerdo con su propia opinión), residentes del asentamiento cisjordano de Anatot, demostraron con éxito la facilidad con que el judaísmo puede convertirse en una pistola cargada apuntando a los gentiles, al salir en búsqueda - como es su costumbre - de una intensificación de la alegría de la fiesta y emprendiendo para ello un pogrom contra los palestinos y los activistas por la paz que llegaron en su ayuda. Incluso los policías movilizados para acudir en ayuda de los colonos - colonos ellos mismos, en algunos casos - ejemplifica el tipo brutal de supremacía que permite la definición de una determinada nacionalidad en sus cédulas de identidad, en contraste con aquellos para quienes la palabra "judío" no figura en sus documentos.

Incluso la gente que prefiere ignorar los crímenes de guerra cometidos en nombre del carácter judío de su Estado en los territorios ocupados, tiene una buena razón para no ser registrados como judíos en sus cédulas de identidad. En primer lugar, porque la eliminación de tal definición supone un gran progreso en el cumplimiento del sueño de separación entre religión y Estado. En segundo lugar, porque en las manos de los políticos de ultraderecha, incluso de aquellos en los que no se advierte un exceso de religiosidad, el judaísmo se ha convertido en racismo en el sentido más llano de la palabra. En tercer lugar, y más importante aún, debemos evitar tal distinción debido a la alienación y la repulsión que han logrado provocar en nosotros aquellos que incendian mezquitas y que se han erigido a sí mismos como representantes del judaísmo, y por el chantaje económico y la coerción religiosa a las que nos han sometido.

¿Qué pasaría entonces si cientos de miles, o tal vez millones de ciudadanos decidieran presentarse con urgencia frente al ministerio del Interior para solicitar que se los declare en el registro de ciudadanía como "sin religión"? ¿Pasaríamos a ser un Estado sin religión en vez de un Estado judío? ¿Un Estado laico, como en el caso de los países ilustrados donde todos sus ciudadanos son iguales ante la ley, sin distinción de religión o nacionalidad?

El único peligro real que acecha en esta iniciativa está constituido por las intolerables disposiciones del ministerio del Interior.

Fuente: Haaretz - 9.10.11
Traducción: www.argentina.co.il