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¡AIPAC, cómprame!

Yo, Boaz Gaón, en pleno uso de mis facultades mentales, por la presente me ofrezco en venta al AIPAC. Si el comité rechazara mi oferta, cedo la oportunidad a Sheldon Adelson.

En cualquier caso, ofrezco mis órganos internos de forma gratuita, como un gesto de confianza, a los principales dirigentes de derecha de Estados Unidos - a todos aquellos que ven a Israel como una especie de partido de fútbol político hecho de más de siete millones de habitantes, o una pelota de fútbol que puede patearse contra la pared una y otra vez.

Después de todo, nosotros, los israelíes, no sentimos ningún dolor, y somos conscientes de que nuestro destino es ser arrojados como aquella pelota con la que se entretienen los lobistas republicanos en algún gimnasio exclusivo, antes marchar al jacuzzi y después a algún cóctel.

Me ofrezco en venta a pesar de que mi abogado ya me advirtió de que este es un paso irreversible, y de que, con toda probabilidad, habré de encontrarme en la próxima reunión de veteranos de la Casa Blanca que trabajaron para George W. Bush - personas que son socios de la derecha israelí -, desnudo y atado de pies y manos, con una manzana en la boca y servido en una bandeja de plata que tiene grabada la imagen de Irving Moskowitz.

Me decidí a hacerlo porque puedo leer la «advertencia escrita en la pared». Soy consciente de que un alto porcentaje de medios de comunicación israelíes ya han sido comprados por la derecha estadounidense, y que buena parte de los derechistas del Consejo de asentamientos en Judea y Samaria provienen de Estados Unidos - como en el caso del Fondo Central de Israel, dirigido por la familia Marcus, que sirve como canal de financiamiento para los grupos extremistas «Im Tirtzú», «Mujeres de verde» y «Tarjeta de Precio». Y sé que Jerusalén está plagada de «institutos de investigación» financiados por estadounidenses de derecha, cuyo objetivo es dar empleo a prominentes israelíes derechistas como Natán Sharansky, Moshé Yaalón o Moshé Arens.

Más que nada, soy consciente de que estos «amantes de Israel», esos a quienes les encanta posar junto a gigantescas banderas azules y blancas, no tienen ningún interés en mejorar la educación del Estado hebreo; o la calidad habitacional del país o sus sistemas de atención de la salud; o su cultura e investigación científica.

Ellos no tienen ningún interés en perfeccionar el sistema jurídico de la nación, sobre todo en materia de religión y estado; ni tampoco se preocupan por reducir las brechas entre ricos y pobres, hombres y mujeres, o entre judíos y árabes.

En definitiva, se preocupan muy poco de aquellas realidades prosaicas de la vida diaria israelí.

Ese tipo de realidades no llegan a percibirse desde el vestíbulo del hotel King David de Jerusalén, y se pierden detrás de los cerezos en flor en la zona de Washington.

Esas son las realidades de mi Israel. Constituyen algo muy distinto de aquel Israel que apoya el Consejo de asentamientos en Judea y Samaria, que es, a su vez, financiado por la derecha cristiana evangélica.

He decidido dar este paso, porque he llegado a comprender que mi propia existencia, y la de mis hijos, simplemente echan por tierra aquella dulce ilusión que imagina a los israelíes como cerillas utilizadas para construir un espectacular modelo del Arca de Noé.

Nuestras vidas desmienten la ilusión de que Jerusalén es un compuesto de «artículos de judaica», cada uno con un valor de 30.000 dólares en alguna tienda libre de impuestos del aeropuerto de Zurich.

Esa es la ilusión que permite a la gente exigir el bombardeo de Irán, cómodamente sentados en su mansión en Dallas; o bien, la erradicación de la democracia israelí, mientras descansan, lejos de las preocupaciones, en su refugio invernal de Miami; o la anexión de Judea y Samaria, bebiendo un trago en alguna mesa de blackjack de Las Vegas.

Ah, sí, hay otra razón: la izquierda estadounidense-judía no va a darme ni una moneda. Ni Steven Spielberg, ni Rob Reiner, ni Barbra Streisand, ni ningún judío liberal multimillonario. Están muy ocupados trabajando para el Partido Demócrata, haciendo caso omiso de los problemas que acucian a Israel.

En cuanto a ellos concierne, Israel no vale un maldito centavo, como suele decirse.

Fuente: Haaretz - 15.3.12
Traducción: www.israelenlinea.com

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